jueves, 26 de marzo de 2015

EL PASO DE LOS DÍAS

Los días pasan, lentos, grises.
Lentos y grises días que ahogan.

Y si despierto junto a un hueco,
nunca sé de dónde vino,
nunca sé dónde lo conocí.
A veces me habla y me cuenta
soy la nada,
la Nada de Ende,
susurra.
Y si lo miro me atrapa,
como una oquedad en el envés de mi alma,
como una alfombra que levante para, 
cobarde, esconderme.

Y es de plata el río del tiempo,
inmóvil,
perpetuo inmóvil.
Ahora, cuando quiero que corra,
juega conmigo,
al que siempre ha rendido.
Y en mi memoria,
si tuviera memoria,
se enroca el pasado,
donde mi presente es un recuerdo más.

La sal del mar confunde mi recuerdo,
se despiertan las olas,
sopla el viento y se hace amigo,
se atropellan las nubes de tormenta,
en ese negro cielo,
las negras nubes,
la negra vida.
Han llegado la lluvia,
el frío,
han llegado.
¡Bienvenidos!

Mi piel encostrada en salitre,
mi cabello fustigado por la arena.
La fría corriente que oculta mis rodillas,
convertido en caminante de las aguas con muñones,
y un paseo sereno y eterno contra el atardecer.
Y despierto.
Un día, despierto.

Aun no soy yo, pero creo que ya existo.
Veo, recuerdo.
La veo, la recuerdo.
La veo cuando la vi,
y mis ojos la sostuvieron en un plano fijo,
en un fundido en el que se achica,
en el que actúa, en el que no está sola.
Ella me trajo el mar
y el mar me lleva a ella.
Tan inmensa como esta manta salada,
va naciendo la nostalgia,
con su ausencia lleno el alma,
pena del color del mar.
Verde o azul.
¡Qué más da!
Es el mar, la mar.

Y escribo el poema.

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