viernes, 29 de septiembre de 2017

SOBRE UNA MELODÍA DE PIANO

Ya no es mío el llanto que resuena,
ahora te has adueñado de la tristeza.
Siento en tu desdicha un puente,
en tu pena, una entrada,
mas renuncio a ese camino, 
lastrado de cadenas,
colmado de condenas.

Sin mi mano, 
alzando de tu pecho la altura de tu alma,
has hablado: 
"Mis heridas ya no son tus heridas,
quedan solo para mí".
Y has roto el embrujo,
quebrado el sortilegio.
Has enseñado, mujer,
que es posible tenerte,
cuando tú te das,
gozarte,
si vuelas,
poseerte, 
si eres libre,
tenerte, 
si tú tienes.

De torpes prisiones,
mujer,
has quebrado la jaula, 
y has partido.

Ni siquiera soy nadie en estos versos de tu poema.

Libertad.

Y el sueño se forja,
en el yunque de una camisa de cuadros,
en la música de un piano,
en todo lo vivido, y en nada,
en la sola brisa del anochecer bajo palmeras.
Y una serpiente me recorre,
Shakespeare nos emboba.
Y siento que debo callar,
oir el pulso de tu vida,
buscar el compás de tu aire.
Es momento de hablar así,
callando, callando, ¡shhhh!.
De soñar y gritar.

Libertad.

Amiga, digo,
y siento la palabra amiga.
Amiga, repito,
y su música tiene otra voz.
Suena a una carta, 
a una cena, al río.
Es una canción con tu piel, 
que si roza mi piel,
mantiene su timbre.
Es en mis desafinadas notas,
es en mi piel,
en su escala diatónica,
donde es milagro la armonía.
Y mis teoremas, y mis artificios,
cobran significado.
Ahora ya no soy casi yo,
soy un instante antes,
soy el momento anterior.

Y tú, casi dormida,
suspirando el Carpe Diem,
abrazada al tiempo traidor.

Y yo,
buscando la música,
acogido a un ritmo bepop. 

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