lunes, 18 de agosto de 2014

POEMA EN BICICLETA

De vuelta siempre miro a mi vieja bicicleta.
Esta, la de las viejas heridas y cicatrices;
esta, que me llevó por tantos caminos;
esta, la descascarillada, vieja y oxidada bici.

Sí, cuando la miro desearía que nunca hubiera caído,
que aquel infausto ladrón nunca la hubiera raptado,
que las mil carreteras que hemos transitado
fueran mil veces mil carreteras.

Y sobre su cuadro amarillo, ruinoso, pesado,
se suman el pesado sabor de la nostalgia,
el olor del poblado que se atravesaba,
cruzando el río, antes del castillo;
y se añaden el cacareo de los gallos
y el ladrido de los perros,
las agujas del sol de julio,
el enfado del arroz pasado.

En la memoria quedan la higuera salvadora,
la mustia y seca zarza,
la mancha de grasa en la ropa,
y el viaje. Ese viaje que, juntos,
al cabo de los años,
nos ha llevado a algún sitio.

Sí, cuando la miro recuerdo los enfados,
los reproches...
Sus protestas porque mi fuerza no era bastante,
y convertía en muros los pequeños resaltos.
Mis quejidos por su peso, su plato ovalado y,
odiosos, sus odiosos crujidos y chirridos.

Me seducen jóvenes bicicletas,
de ligeros cuadros,
de brillante negro,
de deslizante perfil,
como espadas en el viento.
Y como espadas entiendo tus formas,
más viejas, más pesadas,
más heridas.
Y como espadas me hieren mis deseos,
mis traiciones sin consumar.

Solo puedo recordar las veces que nos hicimos uno,
la lucha contra el pegajoso asfalto,
el fiero sol y el viento líquido.
Los días que caímos juntos y que, juntos,
nos levantamos,
las épocas en que nos ignoramos.
Y este recuerdo aflora ahora que,
con una cadena,
intento que quedes a mi lado;
mientras que tú,
con tu cadena,
sin envolverme, ya me has encadenado.

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