jueves, 2 de julio de 2015

DE LA MUERTE.

Si muero, amigo, si muero,
que mi recuerdo sea leve,
y mi lamento ausente.
Si muero, compañero,
que mi muerte sea para siempre.
Que sea una muerte de piedra.
Si muero,
que mi muerte sea eterna,
que sea mi última rendición.

Y ojalá la muerte no me alcance,
y si me llega que sea como un trueno,
por no esperar a que me abrace lenta,
por no sufrir agonía, por no luchar,
y por luchar,
y por ella,
y solo por ella.

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL POEMA

Que una leve sonrisa es tu halago,
la sutil caricia del rostro amigo,
la débil sombra de un deseo furtivo,
ahora no se esconde al ser buscado.
Me acompaña el susurro de su consuelo,
suave terciopelo de su palabra,
almendrada forma de lágrima alada,
que calmó la amarga sed de mi anhelo.
Al infinito abrigo de su alma,
consuelo de quien no tenía ya nada,
yo busco mi amor, yo busco la calma.
Que mi esperanza es ver al fin trocado
su roce en caricia; su voz en beso.
Su alma amiga en alma enamorada.

jueves, 26 de marzo de 2015

EL PASO DE LOS DÍAS

Los días pasan, lentos, grises.
Lentos y grises días que ahogan.

Y si despierto junto a un hueco,
nunca sé de dónde vino,
nunca sé dónde lo conocí.
A veces me habla y me cuenta
soy la nada,
la Nada de Ende,
susurra.
Y si lo miro me atrapa,
como una oquedad en el envés de mi alma,
como una alfombra que levante para, 
cobarde, esconderme.

Y es de plata el río del tiempo,
inmóvil,
perpetuo inmóvil.
Ahora, cuando quiero que corra,
juega conmigo,
al que siempre ha rendido.
Y en mi memoria,
si tuviera memoria,
se enroca el pasado,
donde mi presente es un recuerdo más.

La sal del mar confunde mi recuerdo,
se despiertan las olas,
sopla el viento y se hace amigo,
se atropellan las nubes de tormenta,
en ese negro cielo,
las negras nubes,
la negra vida.
Han llegado la lluvia,
el frío,
han llegado.
¡Bienvenidos!

Mi piel encostrada en salitre,
mi cabello fustigado por la arena.
La fría corriente que oculta mis rodillas,
convertido en caminante de las aguas con muñones,
y un paseo sereno y eterno contra el atardecer.
Y despierto.
Un día, despierto.

Aun no soy yo, pero creo que ya existo.
Veo, recuerdo.
La veo, la recuerdo.
La veo cuando la vi,
y mis ojos la sostuvieron en un plano fijo,
en un fundido en el que se achica,
en el que actúa, en el que no está sola.
Ella me trajo el mar
y el mar me lleva a ella.
Tan inmensa como esta manta salada,
va naciendo la nostalgia,
con su ausencia lleno el alma,
pena del color del mar.
Verde o azul.
¡Qué más da!
Es el mar, la mar.

Y escribo el poema.

PARÍS EN LA NEGRURA

Días oscuros de un París iluminado,
un invierno crudo.

El viento histórico me hiela
mientras mi alma, la que creo mi alma,
implora.
Hay una línea, débil, 
apenas un esbozo, 
estela de humo en la niebla
que me ata, sin saber a qué.
Siento, sin saber qué siento, 
si es solo la quemazón del nudo, 
eso, 
lo que siento.

Y sí, yo también soy humo,
al igual que la llama me apago,
me voy,
apenas unas lágrimas en las que huir.
Me voy.

Y he olvidado amar.
La ciudad se transforma en un viejo decorado
que, ahora,
al tiempo,
late.

Hay una imagen.
¿Una imagen de amor?
¿La de otro amor, quizás?
No, no hay otro amor, 
solo es posible el amor imposible.
El que está lejos y atado,
el que no puedo tener, 
el que no puedo olvidar.
El que no quise olvidar, 
el que busqué,
el que no hallé.

Cuando las noches se hacen metálicas
me atrapa su océano de humores.
Y su ola de olvido
acalla mi existencia.

Y en el manto blanco de Versalles,
en el arco estacionado de sus fuentes
encuentro la receta para un bálsamo.
Como una pequeña flor de Bach
es la noche iluminada junto al Sena,
y antes de que nazca el hueco del olvido,
antes de olvidar o de recordar que tanto da,
antes,
un fiero vello de mi brazo se yergue eléctrico,
buscando sentir quizás,
el roce del aire que ha rozado lo que sueña. 

Y acaba.
El corto viaje acaba.

Me imagino convertirlo en un destierro, 
eterno de fugaz alegría. 
Quizás tan solo busco retrasar mi vuelta,
no volver adonde ella,
no querer que importe lo que importa. 

Solo pienso en permanecer allí,
y creerme bohemio
en la patria bohemia,
en un café, 
en una piedra.
Y no sé si por amor,
o casi por estética.

Adiós.

Mi avión, 
con su panza metálica, 
despega.

jueves, 4 de septiembre de 2014

GOLPES

Sobre el pequeño camino mis hijas mantienen el equilibrio,
se balancean sobre dos ruedas.
Babor, estribor,
babor, estribor.
Babor...

Es también un barco esta bicicleta que manejan,
es el mar, un asfaltado brazo de mar,
este lugar en el que sueñan ellas.

Y el horizonte hacia donde van
se compone de éter y ensoñaciones;
lo que ven más allá de este parque,
más allá de estas fronteras.

Mi hija quiebra el manillar nerviosa e insegura,
y mantiene que antes que la recta está la ondulación.
Mi hija, sale del camino,
entra, sale, entra…
Y así, en un bucle infinito de apenas media hora.

Y ambas caen,
se golpean,
se hieren,
lloran.

Y yo caigo con ellas,
me golpeo,
me lacero,
callo.

Sobre el parque sus llantos y sus lágrimas
son apenas nada.
Sobre el parque mis consejos iniciales,
mis enseñanzas, parecen no crecer.
Sobre el parque soy nervio y alegría,
notario y tristeza.
Padre y ciclista.

Los golpes, las heridas, el equilibrio,
el pantalón roto,
la mano desollada,
la rodilla marcada,
amplian su camino;
y allá en el confín del parque
veo como golpe a golpe, pedal a pedal,
mi hija y mi hija,
avanzan hacia ese lugar,
pequeño lugar de la infancia,
al que solo se va en bicicleta.

lunes, 18 de agosto de 2014

POEMA EN BICICLETA

De vuelta siempre miro a mi vieja bicicleta.
Esta, la de las viejas heridas y cicatrices;
esta, que me llevó por tantos caminos;
esta, la descascarillada, vieja y oxidada bici.

Sí, cuando la miro desearía que nunca hubiera caído,
que aquel infausto ladrón nunca la hubiera raptado,
que las mil carreteras que hemos transitado
fueran mil veces mil carreteras.

Y sobre su cuadro amarillo, ruinoso, pesado,
se suman el pesado sabor de la nostalgia,
el olor del poblado que se atravesaba,
cruzando el río, antes del castillo;
y se añaden el cacareo de los gallos
y el ladrido de los perros,
las agujas del sol de julio,
el enfado del arroz pasado.

En la memoria quedan la higuera salvadora,
la mustia y seca zarza,
la mancha de grasa en la ropa,
y el viaje. Ese viaje que, juntos,
al cabo de los años,
nos ha llevado a algún sitio.

Sí, cuando la miro recuerdo los enfados,
los reproches...
Sus protestas porque mi fuerza no era bastante,
y convertía en muros los pequeños resaltos.
Mis quejidos por su peso, su plato ovalado y,
odiosos, sus odiosos crujidos y chirridos.

Me seducen jóvenes bicicletas,
de ligeros cuadros,
de brillante negro,
de deslizante perfil,
como espadas en el viento.
Y como espadas entiendo tus formas,
más viejas, más pesadas,
más heridas.
Y como espadas me hieren mis deseos,
mis traiciones sin consumar.

Solo puedo recordar las veces que nos hicimos uno,
la lucha contra el pegajoso asfalto,
el fiero sol y el viento líquido.
Los días que caímos juntos y que, juntos,
nos levantamos,
las épocas en que nos ignoramos.
Y este recuerdo aflora ahora que,
con una cadena,
intento que quedes a mi lado;
mientras que tú,
con tu cadena,
sin envolverme, ya me has encadenado.